Paul Auster era un país

CULTURA

El escritor Paul Auster, en Oviedo, tras recibir el Premio Príncipe de Asturias en el año 2006
El escritor Paul Auster, en Oviedo, tras recibir el Premio Príncipe de Asturias en el año 2006 Eloy Alonso | REUTERS

El escritor ha fallecido esta noche en su casa de Brooklyn a causa de un cáncer de pulmón

02 may 2024 . Actualizado a las 17:00 h.

Así lo veía yo. Un país que no dejé de recorrer durante décadas. Desde finales de los ochenta hasta su último libro, Baumgartner, que apareció hace poco, ya enfermo su autor. Obra que solo me he atrevido a empezar por un extraño respeto al sufrimiento de quien la había escrito. Antes devoré su monumental 4, 3, 2, 1, ese trabajo que resume de alguna manera como al país de Auster podíamos llamarle el país del azar. Un mismo personaje es narrado en esa novela de cuatro maneras distintas por el azar que influye sin darnos cuenta en las decisiones que vamos tomando. Lo creemos todo premeditado, pero nada más lejos de una realidad que es imposible de apresar.

Paul Auster, 77 años, (Newark, Nueva Jersey, 3 de febrero del 1947; Brooklyn, 30 de abril de 2024) era un país con múltiples accidentes geográficos. Hay en su legado ficción, ensayo, teatro, poesía, autobiografía y hasta cine. Estamos ante el autor de una época, una auténtica estrella del rock de la literatura. En algunos países europeos así era reconocido. No es un escritor elevado en su estilo. Es alguien para todos los públicos. Anímense a visitar el país de Auster. Tiene de todo. Una de sus primeras obras, su Ciudad de cristal, fue rechazada por cerca de treinta editoriales hasta que un pequeño sello se atrevió con ella. Luego formó parte de su famosísima Trilogía de Nueva York, que andando el tiempo ha figurado en los listados de los cien libros imprescindibles de la literatura norteamericana.

Lo que más me gustó al principio del país de Auster fue que era un escritor de barrio. Aunque nacido en Nueva Jersey, como el gigante de las letras, Philip Roth, siempre vivió en Brooklyn, en el barrio de Park Slope, y su literatura se caracteriza por esa familiaridad para auscultar a los vecinos. De alguna manera, Auster era un dios de las pequeñas cosas de Brooklyn como Woody Allen es un dios de las pequeñas cosas de la isla de enfrente, Manhattan. También funcionó como un imán para mí leer en su A salto de mata esta frase: «Cuando llegué a la treintena, pasé por unos años en los cuales todo lo que tocaba se convertía en fracaso». Ese sentimiento de querer borrarse, de desaparecer, de lo difícil y gélido y desértico que puede ser a veces el mundo adulto cuando lo vas descubriendo está en su Trilogía de Nueva York. Me cuenta mi compañera Olga que existe una edición maravillosa en cómic de su Ciudad de cristal. Los que saben algo de inglés pueden adentrarse en la obra de Auster en su idioma. Insisto que su estilo es accesible. No estamos ante un trazador de frases rimbombantes. Su país es llano, aunque tiene sus bellas cumbres cuando nos hace ver cómo la vida se puede resumir en un segundo a favor o en contra. Por algo es el hombre que firmó La música del azar. En 2006 publicaba en castellano Brooklyn Follies, un libro cuyo protagonista justo está enfermo de cáncer de pulmón.

A Auster, después de unos meses encontrándose mal, le diagnosticaron esa enfermedad en marzo del 2023. Y ya casi no hizo apariciones públicas en este último año. Alguna entrevista, en la que afirmaba de forma tan sencilla como en sus libros: «Tengo cáncer y me someto a tratamiento, no es el mejor momento de mi vida». También se dejó ver muy desmejorado en un homenaje a su amigo Salman Rushdie. El día 1 de mayo, día del trabajo, supimos que se acabaron unas décadas de libros, que aquí los asociaremos siempre a las portadas amarillas de la editorial Anagrama o a las de colores rojos, verdes o azules de sus ediciones de bolsillo, también en Anagrama. Era como las películas anuales de Allen: un acontecimiento cuando estrenaba obra. Él ganó el premio Príncipe de Asturias de las Letras en el 2006 y, en el 2019, lo lograba su mujer Siri Hustvedt, otro fenómeno de la sensibilidad literaria.

Fue ella quién publicó en Instagram una de las últimas imágenes de Auster ya sumergido en el bombardeo de los tratamientos del cáncer. En ella le da un beso en la sien a Paul. Yo vi dar a mi madre ese último beso en la sien a mi padre, un beso de acompañamiento en el dolor y de profundo amor, cuando ya no hay nada más que hacer. Siri escribió en esa publicación que la quimioterapia y la inmunoterapia eran un lugar de realidad paralela, sobre todo para el enfermo, pero también para sus seres queridos: «Uno tiene que estar lo suficientemente cerca para sentir los tratamientos debilitantes casi como si fueran propios y lo suficientemente lejos para ser una ayuda genuina. ¡Demasiada empatía puede hacer que una persona sea inútil! No es siempre fácil caminar sobre esta cuerda floja, por supuesto, pero es el verdadero trabajo del amor». La hija de ambos, famosa como cantante y actriz, Sophie Auster dijo que «somos una familia muy unida, y el cáncer nos ha dejado baldados».

La despedida de la vida de Paul Auster fue un campo de minas. Primero saltó a las páginas de sucesos por el fallecimiento de su nieta Ruby, una bebé de diez meses, por intoxicación por drogas, en un descuido de su padre, Daniel, el hijo mayor de Paul, que había tenido con su primera mujer, la también escritor Lydia Davis. Luego perdió a Daniel, de 44 años, por sobredosis. Después llegó la enfermedad. Mazazos al final que quedan muy lejos de esa chaval que se embarcó en un carguero para ver mundo y acumular experiencias para convertirse en escritor. Para un joven sin un dólar que vivió en París emulando lo que habían hecho décadas antes Hemingway o Fitzgerald. Para alguien que tardó en triunfar, pero que resumía la literatura como pocos: «El arte es un juego que hay que tomarse muy en serio». Muchos prefieren sus ensayos o libros autobiográficos (La invención de la soledad, sobre su difícil relación con su padre). Como letraherido, me quedo con todo. Con sus Viajes por el Scriptorium, con esa monumental 4, 3, 2, 1, que salvando las enormes diferencias, es su Moby Dick sobre Nueva Jersey. He paseado tanto sus libros que, de alguna manera, hoy me siento huérfano. Los que paseamos libros sabemos que no llevamos nosotros a los libros en la mano. Son los libros los que nos sujetan a la realidad, para no salir volando. Como me ha dicho un amigo, décadas leyendo a Paul Auster: «Ahora somos nosotros los que nos vamos acercando a El país de las últimas cosas».